Quería escribir una segunda publicación como continuación de la primera sobre Paisaje. Pero hace unos días me invitaron a una charla-recital en la librería La Lumbre., donde compartimos un rato muy cálido con Juan F. Rivero, Laura Ramos y Guillermo M. Remón, pensando juntos sobre la escritura, el lenguaje y la primavera.
Y me parece que llegó en el momento justo.
Nerea, librera en La Lumbre, nos planteaba una pregunta sugerente: ¿existe una tradición en la manera de evocar la primavera en la escritura poética? ¿Se trata de un lugar común, de un imaginario temático al que recurrimos de forma casi automática?
La primera respuesta que surge en mí podría ser personal. Si evoco la primavera, mi memoria se activa y me traslada a un campo verde, poblado de flores amarillas y tulipanes de todos los colores, organizados en contraste con la exuberancia silvestre del campo abierto. El sonido de los pájaros —colirrojos, collalbas, bisbitas, pechiazules—, el correr del río, henchido por las lluvias de marzo, y la imagen de mi brazo desnudo señalando la montaña donde comienza el deshielo, configuran una escena de vitalidad suave, suave. Mi primavera está hecha de sensaciones físicas, de mi tierra concreta.
Así, la experiencia personal actúa como mediadora entre el símbolo cultural de la estación y su vivencia íntima.
EN LAS COLINAS
En las colinas, el alma
Recobra su aliento,
Lo verde le sienta bien,
Se revuelca en el pasto reciente
Mitad hierba, mitad aroma.
Respira hondamente, inspira, espira,
La primavera pasa a través de ella
Y la libera del miedo.Boca arriba, en la alta pradera,
Miro las nubes deslizarse por el cielo
Al igual que el olor de heno pasa sobre las colinas,
Mis ojos y mi nariz
Descubren el misterio:
La dulce e incansable rotación en el caos
Que devana sobre el huso de los aires
Aromas y nubes.Mientras, el alma
Se acostumbra a la tierra
Y respira profundamente.—Ana Blandiana
Desde mi desconocimiento en el campo de la filología, intenté compartir algunas de mis obsesiones explorativas —o aquellas que encuentro especialmente atractivas cuando leo y escribo poesía—: la relación entre el cuerpo desplazado y su vínculo con la tierra, la desaparición de los paisajes, y la escritura como espacio de duelo y reconstrucción. Siempre cojeo un poco desde mi mirada antropológica, e intento cuestionar cómo se vive el tránsito en diversas geografías y cómo el hábitat se construye en constante intercambio.
Como autora, considero vital el uso de referencias a la infancia y su geografía concreta para establecer un relato arraigado, capaz de plantear preguntas sobre la pertenencia y la relación con un entorno natural que se transforma o desaparece. La "solastalgia" —ese sentimiento de nostalgia ante la pérdida o transformación inevitable de un entorno— existe, y me parece un territorio fértil para la literatura, precisamente en su erosión. La escritura, en este sentido, puede ser un acto de proyectar la ausencia y de reconfigurar la identidad a partir de lo que ya no está.
Cristina Rivera Garza, diosa a la que rezo últimamente casi a diario, dice: «El que reescribe geológicamente inacaba el pasado: no confirma el estado de las cosas, sino que las interroga».
Desde esta perspectiva, la poesía puede entenderse no tanto como un simple registro de lo efímero, sino como una capa que intenta preservar aquello que inevitablemente se desvanece, aun sabiendo que el acto de escribir no puede salvarlo del todo. Y está bien. Relax. Al abordar en la escritura un paisaje —prefiero este término al de naturaleza, por la implicación de la mirada humana desde un punto de vista cultural y emocional— que ya no es el que conocimos, en menor o mayor medida, se plantea una paradoja fundamental: ¿al nombrarlo, lo recuperamos o lo reinventamos? Así, la poesía se convierte en un mapa ficticio de lo perdido. Escribir sobre lo ausente implica enfrentarse a una contradicción esencial.
Y está bien.
Relax.
SEGUNDA PRIMAVERA
No nos queda pasión para amar la primavera
Quienes sufrimos el otoño como lo hicimos, solos,
Caminando por dominios de una risa parduzca,
Cargando con nuestra soledad, amor y dolor¿Cómo podríamos conocer otra primavera?
No habrá flor donde antes hubo fruto
Ahora no vemos la búsqueda despiadada de la primavera,
De quienes siguieron el camino largo sin dudar
Directamente hacia los brazos del otoño
De quienes vieron las pasiones del verano marchitarse
En una hoja que esconde el llanto desnudoLa tierra aún es dulce, el otoño enseña a resistir,
Y el nuevo sol calentará nuestros pies cautelosos
Pero la primavera llegó una vez,
Y vimos el camino que atravesó el verano,
Hermoso y brillante como el trébol en la colina,
Hasta volverse desierto vasto y lluvia,
Callábamos, bajo el peso del otoño,
Atando el amor frío con las puntas de su sudario.—Audre Lorde. Traducción propia y libre y errática.
El lenguaje, entendido como materia viva, se presenta en este contexto no sólo como vehículo de expresión, sino como un territorio en sí mismo: mutable, permeable, fértil. De manera análoga, el cuerpo, en esta poesía, se configura como una extensión del paisaje: un espacio atravesado por fracturas, desplazamientos, irregularidades.
El cuerpo no es un ente aislado, sino que comparte con el paisaje la experiencia de la pérdida, la alteración y la reconstrucción. La piel, las cicatrices, los gestos se leen como marcas de un entorno que también se erosiona y se reconstituye.
Mary Oliver lo trae en su poesía:
HISTORIA DE MI VIDA
Cuando vivía debajo de los robles negros,
sentía que mi cuerpo era un montón de hojas.
Cuando vivía al lado del estanque,
soñaba que era la pluma de la garza azul
que se le había caído al lado de la orilla.
Era un nenúfar de raíz delicada como una arteria,
cara de estrella,
rebosante de alegría.
Después era los pasos que persiguen al mar.
Conocía las mareas, los ingredientes de las algas.
Conocía a los patos, los colimbos menores
con sus picos erguidos, su ojo astuto.
Sentía que era el borde de la ola,
esa perla de agua en el lomo lustroso de aquel pato.
No hay escapatoria, ni quisiera escapar
de este pasaje y de esta ligereza, la solución
a los problemas de la gravedad y de la forma única.
Ahora estoy acá, después allá.
Voy a ser esa nube chiquitita, ésa que mira el agua desde el cielo,
ésa que se detiene, que levanta las patitas blancas,
que parece un cordero.—Mary Oliver. Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
Sin embargo, creo es importante hurgar un poco más, llenarse las uñas de tierra, y preguntarse ¿qué significa eso de las estaciones? ¿Y la primavera? ¿No es esa imagen floral un imaginario colectivo perteneciente a una geografía muy concreta?
El lugar de enunciación importa. La experiencia de la primavera en una región del norte palentino, marcada por el deshielo y la explosión verde, no puede equipararse a la vivencia de un territorio desértico, donde la estación pasa casi inadvertida o donde la vida se organiza en torno a otros ritmos naturales.
Esto es el paisaje, político.
Esta es la voz que se ancla, geológica.
Toda palabra nace de un territorio vivido y erosionado.
A veces, la palabra desea señalar más allá:
SOBRE LA TIERRA
Nunca he deseado ser
una estrella en el espejismo del firmamento
o, como un alma distinguida,
ser la silenciosa acompañante de los ángeles.Nunca he estado separada de la tierra,
no he conocido a los astros.Estoy de pie sobre la tierra,
con mi cuerpo,
que, como el tallo de una planta,
absorbe viento, luz del Sol y agua
para vivir.Fértil por deseo,
fértil por dolor,
sobre la tierra estoy,
para que los astros me adoren,
para que las brisas me acaricien.Miro a través de mi ventana.
No soy más que resonancia de una canción.
No soy eterna.
No busco más que el eco de un canto
en el dolor de un placer
que es más puro que el sencillo silencio de la
[tristeza.No busco un nido
en el cuerpo que es un rocío
sobre la flor de mi cuerpo.En las paredes de la cabaña que es mi vida,
los paseantes han grabado recuerdos
con la negra letra del amor:
un corazón herido,
una vela desparramada,
unos discretos puntos pálidos
sobre las confusas letras de la locura.Cada labio que se unía a mis labios
engendraba en mi noche una estrella
que se sentaba sobre el río de los recuerdos.Entonces, ¿para qué desear ser estrella?
Ésa es mi agradable canción.
Nunca quise más que esto.—Forug Forrojzad
En este contexto, la poesía tiene un papel fundamental: dar cuenta de esas transformaciones, de esas heridas abiertas en la geografía y en la memoria. Más aúnsi consideramos que hablamos de paisajes que mutan, que se extinguen, que se transforman en su relación con otros entornos y cuerpos. Paisajes atravesados por un movimiento humano que, muchas veces, se ejerce de forma expropiatoria, mutilando los territorios de maneras nuevas y antiguas a la vez.
Tal vez lo más interesante, en el mundo que nos toca vivir, sea habitar literariamente en la frontera de las estaciones, en ese "entretiempo" que en Europa solemos nombrar, pero que cada vez se muestra más desdibujado por los extremos de un clima que ya no se ajusta a los ciclos que conocíamos.
Me preocupaba mucho. ¿Va a crecer el jardín, los ríos
van a correr para el lado que es, la tierra va a girar
como le enseñaron; y, si no, cómo hago
para arreglarlo?
¿Tenía razón, estaba equivocada, me van a perdonar,
puedo hacerlo mejor?
¿Voy a poder cantar alguna vez? Incluso los gorriones
son capaces, pero yo, en fin,
no puedo cantar nada.
¿Veo cada vez menos o sólo me lo estoy imaginando,
me va a dar reuma,
tétanos, demencia?
Al final, me di cuenta de que tanto preocuparme no servía para nada.
Y dejé de angustiarme. Y agarré mi viejo cuerpo
y salí a la mañana
y me puse a cantar.—Mary Oliver. Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
Tal vez, también, yo qué sé, en su anhelo trascendental, esto sea demasiado espiritual y se quede flotando como ideas en el aire. Pero aún así, la pregunta persiste: ¿puede la poesía ofrecer un espacio intermedio donde lo efímero y lo permanente se encuentren sin necesidad de resolver su contradicción?
Y un último y bellísimo poema:
EL PÁJARO VA A MORIR
Estoy triste,
estoy triste.Salgo al balcón y acaricio con los dedos
la tersa piel de la noche.Las luces del vínculo se han disipado.
Las luces del vínculo se han apagado.Nadie me presentará al Sol,
nadie me llevará a la fiesta de las golondrinas.Recuerda el vuelo;
el pájaro va a morir.—Forug Forrojzad.
Citas y poemas de:
Cristina Rivera Garza. México, 1964.
Ana Blandiana. Rumanía, 1942.
Mary Oliver. Estados Unidos, 1935.
Forug Forrojzad. Irán, 1935.
Audre Lorde. Estados Unidos, 1934.